- “Algo se muere en el alma, cuando a una hoguera no
vas”. Con esta frase tan rumbera titularía yo el artículo que
definiera los sentimientos de tantos castelserinos ausentes el día
19 de enero en la Plaza de España.
- Cuántos de nosotros, a cientos, incluso miles de kilómetros,
encenderemos una vela, aunque sea una anodina cerilla, y no nos
trasladamos a “El Rollé”. Bailamos con la mente y damos
palmas al compás del tambor del tiío Antonio. Cuántos de
nosotros...
- Y es que no es tan solo una hoguera grande (como dicen los
inquilinos de los pueblos que rodean, sin llegar a comprender) es
sólo una hoguera, de apellido Monumental, que nos envuelve a
todos en la aureola del sentimiento. Y créanme que, al
menos una vez al año, en esta sociedad apremiante de números
uno, rumiante de violencia (que la masca, la masca y nunca la
traga) y enganchada al consumo como si fuese una drogadicta, hace
falta esta unión común.
- Porque, quien más y quien menos, al ver arder esa ingente
cantidad de leña y pino, se libera de los corrosivos
pensamientos, de los “malos rollos” (como decimos los jóvenes),
y augura que el año que recién ha comenzado será mejor. Actúa
en calidad de confesionario luminoso al que prometemos esforzarnos
por ser un poquito mejores cada día aunque, por supuesto, al año
siguiente estaremos allí de nuevo, venerando al patrón.
- La magia de los “rodatines” (la magia del lenguaje
también está en poder crear palabras al uso, ¿no creen?), el
sonido de corneta y tambor, sentimientos elevándose al compás
del viento y las llamas, damas y reina preciosas en los balcones,
asomándose paulatinamente como para que la gente compruebe que
están cumpliendo, que están representando esas fiestas pese al
frío, la lluvia (que tanto os acompañó a algunas)y al calor.
- Un calor que todo buen castelserino desea tener ese día,
el 19; porque no, señores no, no es tan solo una hoguera, de
apellido monumental.