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La caricia de la nostalgia me abraza una
vez más dibujando mi pueblo, sus gentes y su hoguera. Dejo que me
embriague sin reticencia alguna cuan cariño adolescente y brota
entonces una dulce melodía que llega a mis oídos y que recrea la noche
de San Sebastián paso a paso, nota a nota.
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En el periplo de este singular
pentagrama musical se antepone primero en mi mente la nota de color
que interpretan los trajes regionales de las bellas Damas de Fiestas
conjuntamente con el anaranjado que empieza a adueñarse de los rostros
de los vecinos y visitantes al contemplar la Monumental, las casas,
coches y cielos se tiñen del mismo cálido color para estampar la
postal más característica del invierno castelserano.
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Inmediatamente se abalanza en mis
adentros la nota de humor, el de unas gentes crecidas anímicamente el
día de su patrón con solemne aspiración de compartir en esta jornada
su devoción con los amantes de idéntica tierra, la suya.
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Me recorre de forma inminente la nota de
la armonía, magistralmente tocada por dulzaina y tambor acompasada con
las voces corales procedentes de las madrugadoras gargantas de los
Rosarieros. Revelo en este instante mi admiración por como estos
hombres, con su empeño, sus ganas y su ímpetu conmueven, al despuntar
el alba, a todos los castelseranos ávidos de emociones y que, eso sí,
adulan y emulan a sus convecinos desde el calor que les procuran las
mantas.
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Visceralmente arremeten unas notas con
otras intentando abrirse paso en la senda que conduce a la tinta de mi
pluma.
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Sin
embargo, no puedo por menos de guardarme unas cuantas para
experimentarlas el próximo 19 de enero. Ni que decir tiene que ya
estoy rogando para escuchar nítida y nuevamente la melodía del calor
de San Sebastián.