FIESTAS DE SAN SEBASTIÁN 2007
PREGÓN DE LAS FIESTAS DE ANTONIO BRUN

13-01-07: Por invitación de la Comisión de Fiestas he sido invitado para leer  el pregón de este año. Durante unas semanas le he ido dando vueltas a lo que quería decir. Finalmente no utilice lo que llevaba escrito aunque si que dije muchas cosas de las que había ido pensando. Pero me deje muchas en el tintero. Aquí está el resultado.

Agradezco de corazón a la Comisión de Fiestas, y a través de ellos a todos los de mi pueblo, la invitación a participar en este acto de las Fiestas de 2007. Os aseguro que desde que me lo propusieron, le he dado muchas vueltas a mi memoria de Castelserás. 

 Y la memoria más intensa es mi infancia. Alguien dijo que “la verdadera patria es la infancia” y lo comparto. Es más, al alejarme de los lugares de mi infancia, la intensidad del recuerdo se convirtió a veces en añoranza, morriña le llaman los gallegos.

Así pues quiero contaros aquello de “mi infancia son recuerdos…. De rinconetes y escobetas, de cangrejos y de barbos, de puentes y gallopuentes. Y de agua. Y de fuego, de la hoguera.

Somos un pueblo con dos ríos aunque el Mezquín siempre fue olvidado, menospreciado a veces, frente a la fortaleza del Guadalope. El pozo del Trago era el lugar misterioso donde se sumergían los fantasmas del pasado. Por allí, habían pasado desgracias, la guerra y lo que se quería esconder. Su desembocadura, echada a perder con la construcción de una depuradora hizo desaparecer un espacio natural precioso, la fuente donde cogía musgo para el Belén y la Badina.

Allí aprendí a nadar con calabazas y a superar el vértigo pasando el gallopuente. Cuando ya flotabas en la Badina, algún mayor, padre, amigo o hermano, te llevaba a las Ollas y mas tarde descubrías el pozo los Estudiantes y el Azú que se puso de moda por ser mas amplio, limpio y con vestuario: la caseta de la Almenara.

Pero el verdadero conocimiento del río lo adquirí como pescador a “zarpeta”. Desde la Torre Benedi hasta los Muros he metido las manos en muchos agujeros. Ahora se ha puesto de moda el descenso de ríos pero nosotros en 1960 lo practicábamos descalzos y cogiendo magrillas. Los cangrejos eran abundantes en las acequias y sobre todo cuando los hombres iban a limpiarlas era una fiesta. Hoy están casi desaparecidos.

Las fuentes eran los lugares centrales de la vida del pueblo hasta que llego el agua corriente. Hasta los enfermos de baja del Montepío podían llevar las caballerías al abrevador del Tío Ramos, pero no podían cruzar el puente. La fuente principal era la de la plaza del puente. La recuerdo preciosa con aquellas enormes piedras para apoyar los cantaros, las escaleras, los chorros y el vación de detrás.

Las mujeres, más frecuentemente, bajaban al atardecer a buscar agua. Cántaro en la cabeza y cantarica en jarras emprendían camino de vuelta a la cuesta. En la esquineta del café de la Consuelo se formaba corro de hombres. Cuantos festejos se debieron fraguar en el camino de vuelta de las aguadoras.

La fuente de debajo del puente era lugar de tomar la fresca para los chicos y las chicas o de darse un paseo a llenar la cantarica, pero no nos dejaban cruzar el puente solos hasta que crecías. Yo lo pase por primera vez con una cabra para llevarla a la dula que estaba en el huerto del lavadero.

Pero el tiempo de mí infancia como la de todos mis antepasados lo marcaban los trabajos del campo. Así había sido durante generaciones en las casas de labradores.

En invierno a coger olivas. El gancho era para los hombres, las mantas para los abuelos y las chicas jóvenes y las nueras de llegadoras. Los chicos andábamos por medio con capazos de juguete. Por las noches a aventar en el patio.

En verano a segar y a trillar. Aprendí a dar gavillas casi a la vez que a escribir y a hacer manojetes de esparto los días de lluvia. El último año que trilló mi padre, me dejaba rematar la parva para descansar un poco pues había empezado a carriar de noche. El pasado terminó el día que vimos llegar la trilladora del Parrino con Morero y Segundo al mando. Ya no volvimos a trillar. Y a segar por poco tiempo.

El verano era tiempo de recoger y con mi abuelo cargábamos la carreta en la Torre Benedí. Hacíamos tal carga con tomate, melones, calabazas, puntas de carrizas, hojas de remolacha y lo que tocara que teníamos que cruzar el río para volver por el sufuro pues la cuesta de los tormazos no la podía subir el macho. Yo iba montado encima de la carga o agarrando la maquina cuando había cuesta.

Los de mi edad vivimos una agricultura similar a la que se hacia desde siglos y también vivimos el cambio que supuso la mecanización. Se retrasó por causa de la guerra pero fue rápido e intenso acabando con la dureza, las penalidades y la inseguridad con la que trabajaron nuestros padres y abuelos.

Todo ha cambiado y a mejor. Pero mi infancia pasó feliz en aquellas calles de tierra, comprando confites al Señor Baldomero, oliendo a abadejo en la tienda de la Anuncia y yendo al horno cada semana a que mi madre me hiciera un “toré” de masa dulce o una rosca para Pascua, jugando a la patrusca con las chicas o haciendo curumbel con tarquín en la acera de Generoso.

Los veranos eran el río y los banquetes del puente para tomar la fresca pero donde mas historias pasaban era en los banquetes de Colas. Allí aparecía el tío Cabrero con su guitarra desafinada, Liborio si andaba de ronda o el tío Julián el pregonero a soltar alguna fresca. Aun recuerdo la apuesta que allí gano Remigio, contra no se quien, subiendo en bicicleta desde el puente hasta la iglesia por el empedrao sin desmontar. Aquel banco estaba siempre de guardia, igual te cantaba cheroni “Paris se quema” que “la bienpagá”, se hablaba de pedregadas o se exageraban los caices de grano. Fue sin duda el mentidero de mi infancia.

Pero sin duda lo que marca a los castelseranos, de ahora y de antes, aquí o fuera, es el FUEGO. Es como una marca genética, un tatuaje, una señal que llevamos los que aquí nacimos.

La temporada empezaba en las Hogueras del Pilar. Cada calle, cada barrio recogía de cada casa todo lo que pudiera ser quemado y al hacerse de noche lo encendíamos. Mi padre me trajo del puente del Viñero los primeros “cuetes”. Aprendí con José el Tolo a pelarlos, calentarlos en su punto y explotarlos manchando fachadas y aceras. Allí con el tío Domingo, la tía Maria Teresa, Antonia la Juanera, Antonio el gitano y todos los vecinos hacíamos una merienda con buenas risas. Margeli que siempre fue el mejor tío adoptivo de todos los crios de mi calle, nos hacia reír y rabiar siempre que quería.

Nada mas pasar el cabodeaño recorriendo casas de tíos y abuelos a llenar la cesteta que nos habían vendido los pelicanes, con higos secos, guirlache y nueces, empezaba la fiesta de la hoguera con la traída del álamo. Ver las caballerías mejores del pueblo compitiendo entre ellas y a todos los hombres contentos, era la primera fiesta grande del año. A la tarde alguno andaba un poco chispo pero el álamo ya estaba metido en el rolle, con la participación de todos.

Las fiestas de la hoguera están pobladas de personajes que habitan en mi infancia. El tío “Güetero” era siempre puntual a su cita de llenar de luces de colores y ruido todos los actos de la fiesta, y cada año con nuevas ideas. El tío Suave que siempre tiraba la boina al retirarse de bailar el rodat. Los Ñarros ponían la música, el Agüalete sidral y regalices, Don Paco el cine y Cagarroz  los caramballeros.

El panbendito lo llevaban las chicas a la iglesia y los hombres pasaban la misa cortándolo en la sacristía para que alcanzase para todos. El ayuntamiento en sus propios bancos que para eso estaban y mi abuela Agustina con la Irene la ciega no faltaban ni ese día al rosario.

Las completas eran todo luz y canciones de “Sebastián capitán valeroso” y mi tío Fidel nos subía al terrao para ver bien la hoguera mientras la tía Concha se encerraba en la bodega temiendo siempre lo peor.

Cuantas noches del día 19 de Enero habré pasado en vela pensando en la hoguera. Comiéndome una torta de alma a punto de soltar alguna lagrima. Las imágenes de ese día no se me borraran nunca, por muy lejos que este.

Como en la canción mi infancia fue feliz, cada luz, cada olor, cada ruido formaron mis raíces y aquí estan, en buenas manos y por eso quiero rendir homenaje a los que han puesto su granito de arena por lo que es de todos, por este pueblo, por el mío, por Castelserás. En primer lugar al Ayuntamiento de ahora y a todos los que han formado parte de él y pusieron su esfuerzo y su inteligencia al servicio del pueblo, con honradez y generosidad.

Pero todas las formas de participación merecen igual reconocimiento y admiración. Son el agua que mueve el molino, los que empujáis la vida del pueblo. Jubilados, Amas de casa, Comisiones de fiestas, el cachirulo o todos que cada año van a zofra a montar la hoguera. A todos quiero pediros que sigáis en vuestro empeño.

A todos los que me enseñasteis que el trabajo bien hecho y la honradez son los valores mas respetados y sobre todo a los jóvenes, la mejor generación joven de la historia de mi pueblo quiero deciros que :

la generosidad y la tolerancia nos unen y nos hacen fuertes, la envidia y el egoísmo solo perjudican a quien lo padece.

Quiero compartir con todos los que hemos nacido aquí,  el orgullo de castelserano y pedir a todos que lo convirtamos en la fuerza necesaria para labrar un mejor futuro para nuestro pueblo, para quienes vivan aquí y para los que aquí tenemos las raíces.

Muchas gracias y Felices Fiestas

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